Como cada mañana, una muchacha de cabello claro, se dirigía a su trabajo.
Salía de su portal y cruzaba por un parque lleno de hojas secas en el suelo, caídas por el viento de los últimos días. Subía una cuesta interminable, que cada día le acentuaba el dolor de su pié izquierdo.
Una vez subía la cuesta, esperaba el semáforo en verde y pensaba en todo lo que tenía que hacer. Mientras llegaba a su destino, daba los buenos días a los porteros, de cada finca de la calle de su trabajo. ¡Buenos días Manolo! - Decía la muchacha, ¡Buenos días niña! - Decía Manolo. Sacaba sus llaves, abría la puerta y saludaba a Carmen, la mujer de la limpieza algo regordeta y encantadora. ¡Buenos días Carmen ¡ (y le ofrecía un café). La muchacha bajaba las escaleras para ponerse el uniforme del trabajo, se vestía de negro y se ponía su chaquetita de lana para no pasar frio al colocar la terraza. Encendía todos los ordenadores del local, T.V. hacia el recuento de caja, y una vez estaba todo listo abría el local.
Quitaba los candados a las sillas y las iba sacando una a una hasta colocarlas bien alrededor de las mesas. Su jefe “El Castellano” cómo la muchacha le llama, le enseñó que para que quedaran bien todas alineadas, contara tres ladrillos en el suelo y que colocara cada pata de la mesa en la mitad del cuarto ladrillo, y ella atajaba las órdenes esbozando una sonrisa.
Una vez estaba todo listo, sacaba los servilleteros y ceniceros, teniendo en cuenta que no tuviera dentro ningún cigarrillo del día anterior, claro…
Todo listo, la muchacha se dirigía al interior del local, en ese momento entraba Iván, el chico de contabilidad, algo tímido y reservado, le daba su sobre con el dinero y se marchaba a trabajar.
La muchacha salía a la puerta y llamaba al portero de al lado con un pequeño grito: ¡¡José!! José vino y la muchacha le dijo: José por favor,- ¿Le podrías echar un vistazo al local que voy a comprar el pan para hacer las tostas?, José se quedó y la muchacha compró el pan. Regresa con el pan, le da las gracias a José y este regresa “al submarino” cómo José lo llama.
Aquella mañana no fue como las demás, aprendió algo que jamás olvidaría.
En aquel momento entro un viejecito entrañable por la puerta, Aníbal, se sentó, saludó a la muchacha y le pidió una copa de vino blanco bien fresquita, ella se la puso y la acompaño con una tosta bien calentita de anchoas y queso fresco.
Aníbal: ¡Que rico esta!- la muchacha sonrió. Empezaron hablar de la vida, el amor, los obstáculos… la muchacha decidió cambiar la música que sonaba y le preguntó al viejo y cansado Aníbal, - ¿Que música quieres escuchar Aníbal?- aquél respondió – Romántica- y la muchacha dijo: - ¿Romántica, cómo qué? -Y él respondió - Cómo Jacques Prévert “Les Feuilles Mortes”. La muchacha no sabía quién era, buscó la canción, la encontró y se la puso, entonces Aníbal cerró los ojos, tarareó la canción, se levantó de la silla y se puso a bailar recordando bellas historias pasadas. Mientras sonaba la música de fondo, contaba un precioso y bonito relato el cuál no conocía, del escritor “Oscar Wilde”.
Decidió contarme el porqué de esta canción que sonaba de fondo, me lo contó a su manera, se sentó en la silla bebió un trago y comenzó a contar la historia.
Empezó así: Había una vez una muchacha que se llamaba Eva, vivía con una amiga cuyo nombre era Juliana, se conocieron en el verano de 1910, las dos se dedicaban al arte , entonces decidieron montar un estudio juntas. Llegó el invierno y azotaba con fuerza. La neumonía empezó a propagarse por el lugar, aquel invierno devastador azotó a Eva, la muchacha cayó enferma de neumonía, casi inmóvil en su cama de hierro, miraba cada día por una pequeña ventana de su habitación.
Una mañana tubo la visita de un médico, el cual le transmitió a Juliana, que tristemente Eva, tenía muy pocas probabilidades de salvarse, la probabilidad es que quisiera vivir, pero Eva había decidido que no podrá curarse.
Juliana intentó recomponerse, cogió el tablero de dibujo de Eva y entró en la habitación con aire afectado. Eva, casi inmóvil, con su rostro mirando hacia la ventana, no gesticulaba.
Su amiga se sentó y empezó a dibujar en el tablero, mientras, Eva con los ojos muy abiertos, seguía mirando por la ventana y contaba, contaba al revés.
—Doce —dijo. Y poco después —. Once —y luego—: diez... nueve... ocho... siete... —casi juntos.
Su amiga se incorporó y miró por la ventana. Había un patio desolado y una vieja hiedra, con raíces podridas, trepaba hasta la mitad de la finca situada a 7 metros de la suya. El frío soplaba muy fuerte, y le había arrancado las hojas, las ramas peladas se aferraban a los ladrillos.
¿Qué sucede? Le pregunto Juliana.
Seis- dijo Eva susurrando. Ahora están cayendo más rápido. Antes habian más, ahora apenas quedan 5.
¿Cinco que Eva? - Le preguntó
Hojas…sobre la enredadera, cuando caiga la última hoja también me iré yo. ¿No te lo ha dicho el médico? Se lo conté.
Juliana le dijo que descansara y que tenía que llamar al viejo Behrman, el vecino de abajo para que le hiciera de modelo a fin de dibujar a un viejo ermitaño.
Behrman, era un fracaso como pintor, siempre se disponía a dibujar su obra maestra , pero nunca lograba inciarla. Su casa olía a nebrina, estaba enamorado de Eva. Juliana le confesó a Behrman sus temores de que Eva, frágil cómo una hoja , se fuera de este mundo cuando se debilitara el leve vínculo que la unía a la vida.
Behrman con los ojos enrojecidos en lágrimas dijo: -¿Hay en el mundo gente que cometa la estupidez de morirse porque hojas caen de una maldita enredadera?-
A la mañana siguiente Eva le dijo a Juliana. -corre las cortinas por favor- quiero mirar por la ventana. Es la última ¡Yo estaba segura de que caería durante la noche, cayó una lluvia insistente y fría, hizo mucho viento!
A la siguiente mañana lo mismo. -Abre las cortinas quiero mirar por la ventana Juliana- la hoja aún seguía ahí.
El medicó les hizo una visita, cogió de la mano a Juliana y le dijo. – Eva se salvará si usted la cuida bien, ahora tengo que bajar a visitar a otro enfermo del piso de abajo con neumonía, él no tiene salvación.
Dias después Behrman murió en su habitación, tenía la ropa y los zapatos empapados y fríos. Juliana y el médico lo encontraron y no entendían donde pudo pasar una noche tan terrible.Encontraron una linterna encendida aún, una escalera, algunos pinceles dispersos y una paleta con una mezcla de color verde y amarillo. Juliana mira por la ventana, y observa esa última hoja de hiedra que está sobre la pared. Es la obra maestra de Behrman, la pintó allí la noche en que cayó la última hoja para que Eva se salvara y dejara de pensar que se moriría cuando cayeran todas las hojas.
“ La última hoja”, el desinteresado acto de amor del viejo Behrman no es para Eva el fin de su existencia, sino el comienzo de una nueva.
Esto es lo que intentaba transmitirle el viejo Behrman a Eva. “ Es un pecado querer morir”.
Anibal, terminó de contar la vieja historia y la muchacha envuelta en lágrimas, no pudo contener la emoción de aquel hermoso relato que le había narrado esa mañana.Le dijo lo mucho que le había gustado y le pidió que regresara al día siguiente para que le contara mas historias.Eva le dio un abrazo Anibal por aquella bonita historia que le había contado. La muchacha se quedó sola, pensando en esa historia, deseaba poder transmitir lo que había vivido esa mañana y llegar a su casa para poder escribirlo.
La muchacha logró escribir y redactar lo que sintió esa mañana y esperaba que el viejo Anibal volviera a entrar por la puerta para que le contara más bellas historias.
¿ Quereis que regrese el viejo Anibal para que la muchacha os transmita sus bellas historias..?